20 julio 2007

nota: "Otras músicas" Revista Amadeus

1 - 11 - 2005

Cuando el año pasado el sello MDR, dedicado en principio a la música de jazz, lanzó al mercado un impecable registro de piezas folclóricas ejecutadas por Manolo Juárez en el piano Steinway de cola del Teatro Colón, marcó de alguna manera el inicio de una línea alternativa, poco común en nuestro medio, de comprender la música popular, aplicando a ella no sólo un plan de lanzamientos, sino también un cuidado editorial y una concepción acústica que más de un sello orientado a la música académica podría tomar como modelo.

Aquel disco de Manolo Juárez ponía en tela de juicio una vez más la cuestión de los géneros: sin duda se trata de un disco de folclore; pero ejecutadas en un instrumento de calidad y en una sala con las condiciones acústicas del Teatro Colón, aquellas piezas cobran una dimensión infrecuente, que nos recuerda que el Cuchi Leguizamón fue uno de los más fervientes admiradores locales de Erik Satie, y Enrique Villegas uno de los introductores de la música de Ravel en la ciudad de Buenos Aires.Este año MDR encaró una serie de cinco discos dedicados al piano, a cargo de Alejandro Franov, Leonardo Bernstein (no confundir con su homónimo norteamericano) y el que aquí destacamos, firmado por Marco Sanguinetti. La serie prosigue con material de Manuel Ochoa y del muy creativo Nicolás Guerschberg. Como es razonable suponer, no todo este material está en un mismo nivel, pero este disco de Sanguinetti, titulado “Improvisiones”, de verdad tiene algo.
Sanguinetti tuvo su formación como pianista en los Conservatorios Beethoven y Alberto Williams. Más tarde, aconsejado por Gerardo Gandini, estudió durante cuatro años piano y composición con Diana Schneider y Marta Lambertini. Su formación clásica se enriqueció luego con otros lenguajes, propios de la música contemporánea, el jazz e incluso algunos rasgos del folclore. El resultado es una música más que interesante, que trae a la mente varias referencias posibles. La primera, casi ineludible, corresponde a Keith Jarret, por ese lugar común que ambos tienen en el cual la composición y la improvisación se confunden en un mismo plano, rescatando una tradición musical que bien podría retrotraernos hasta la figura de Mozart tanto como al barroco de Bach. Las sonoridades de estas piezas de Sanguinetti, sin embargo, nos hacen pensar también en el impresionismo francés, y por momentos en la música elaborada en la primera parte del siglo pasado por Georges Gurdjieff.
Parafraseando nada menos que a Igor Stravinsky, la lámina interna de este disco señala: “No basta con oír la música. Además, hay que verla.” Este disco, que no es jazz, ni tampoco música popular, sino que se ubica en ese terreno difuso de lo que por fortuna todavía no ha sido clasificado y cosificado en tanto género, posee esta virtud. Quien escucha puede cerrar los ojos y formarse sus propias imágenes, como si se encontrase improvisando a la par del pianista.

Germán A. Serain

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